La fecha es el 26 de marzo de 2008. Ford anuncia un acuerdo con Tata Motors por el cual Jaguar y Land Rover pasarán a manos del fabricante indio. El 2 de junio las palabras se transforman en hechos y el Premier Automotive Group queda técnica y oficialmente disuelto. Todo parece ir sobre ruedas; Ford, al mismo borde de la bancarrota, ha asegurado el futuro de sus ya ex-filiales al dejarlas en manos de uno de los grupos industriales más grandes del mundo. El dinero de Tata ayudará a la reconstrucción del óvalo, pero también, a mantener con vida a dos de las marcas británicas más queridas en todo el mundo. Un año más tarde, las cosas ya no tienen tan buen aspecto.
Esta semana Tata Motors comunicó unas pérdidas anuales de 520 millones de dólares, las primeras en los últimos 8 años. El año pasado, en comparación, ganó 450 millones de dólares. Obviamente la crisis financiera ha jugado en contra de los pronósticos del fabricante indio, pero no se puede ignorar el hecho de que buena parte de sus pérdidas se encuentran extraordinariamente localizadas sobre sus más brillantes adquisiciones: el binomio Jaguar Land Rover es responsable de nada menos que 504 millones de dólares escritos en tinta roja, lo que significa que los sacrificios en Gran Bretaña solo acaban de empezar.
Ravi Kant, vicepresidente de Tata, ha señalado que por el momento ya han tomado medidas para frenar la hemorragia. Expedientes de regulación de empleo, fabricación de componentes en países con costes de producción reducidos, y un mayor en las cuentas de sus filiales son solo algunas de las medidas adoptadas. Pero es posible que no sean suficientes. Si las condiciones del mercado no mejoran, tanto Jaguar como Land Rover, que irónicamente se están comportando mejor de lo esperado, deberán enfrentarse a nuevos paros y recortes de plantilla. Al menos Tata sigue apostando por ellas, y la llegada de sangre fresca a sus catálogos servirá para darles ese empujón que tanta falta les hace.